ESP
Persona: (f) Individuo de la especie humana. / (f) Hombre o mujer distinguidos en la vida pública
Para Saulius Geniusas, en su Fenomenología del dolor, una persona es una categoría que reúne un cuerpo vivido + la experiencia alienada del propio cuerpo como algo ajeno. Una persona corporeizada es una categoría que suma la experiencia corporal + la experiencia cognitiva + la experiencia emocional (y si se quiere psíquica) que le permite entablar relaciones en el mundo de la vida (en alemán Lebenswelt). Una persona puede ser y estar en el mundo, como Heidegger propone, con todo lo que eso conlleva.
En la fenomenología del dolor de Geniusas, el dolor es definido como: “un sentimiento corporal aversivo con una cualidad vivencial distintiva, que sólo puede darse en la experiencia original de primera mano, ya sea como sentimiento-sensación o como emoción”; y la somatización es la transformación de la sensación/disrupción displacentera (que ocurre en el ámbito emocional/psíquico) en una sensación/síntoma palpable en el cuerpo y/o la persona corporeizada.
Entonces soy y estoy en el mundo. Soy una persona. Una persona corporeizada. Una persona corporeizada que experimenta dolor por una pérdida, somatiza la sensación aversiva de múltiples formas. Una persona corporeizada que duela y a la que le duele ser y estar en el mundo.
Pero a esta, mi persona, le duele cada vez menos, o de formas diferentes. Cada vez procesa más la pérdida: hace el duelo y por lo tanto encuentra lenguajes y símbolos, no de fuga ante el dolor, sino de aprovechamiento de este como herramienta para la vida: para seguir siendo y estando en el mundo, así, en gerundio.
El ser-en-el-mundo es una conciencia de un yo privado y un mundo público. De un espacio físico, de un cuerpo, y de un cuerpo más grande (mundo) que está compuesto de otros cuerpos privados/públicos. Para Foucault somos sujetos-sujetados, sujetos embebidos en un contexto, anclados también a sus particularidades, roles, juegos de poder e injusticias. El dolor, la enfermedad, el duelo, es un asunto público-privado. Porque ocurre en el espacio, porque afecta a la persona que va a estar en el mundo y porque los otros pueden ver-ser afectados por ello en su contexto.
Llevar un duelo en lo público no es un asunto menor. Dependiendo del contexto, país y/o tribu, creencias y filiaciones, existen una serie de códigos morales, de etiqueta, de lenguaje y hasta de moda que pretenden encarrilar al duelo para el momento (inevitable) de su roce en lo público. Vestir de negro. No tener sexo ni casarse en x cantidad de tiempo (sea viuda o no). No reír. No escuchar música a alto volumen, de hecho, ni reproducir música. No festejar. No esto. No aquello. No.
El duelo incomoda a la persona corporeizada y, en su inevitable inmersión en el mundo, incomoda a otros. La incomodidad es un descolocamiento breve y/o extenso del sistema de creencias, de ideas pre-fijadas respecto a la vida. La muerte habla en la vida porque es parte de ella, pero a menudo las personas obvian su presencia/ausencia. La persona que duela es el recordatorio público de toda la muerte que habita en la vida, en la experiencia que resta del ser y estar en el mundo.
Ser-estar incómoda
La sensanción de desencajar es parecida al vértigo que nos despierta en un sueño porque nos abismamos. Ese movimiento involuntario, vibratorio, seco. Mi persona corporeizada salía a su mundo interno/externo todos los días, después de la muerte de Kevin, y desencajaba. Se descolocaba. Un riel faltando en un cajón. Un vaso que salta del estante y se agarra en el aire.
Si me encontraba por la calle con viejos amigos y me preguntaban: ¿cómo estás?, no mentía y respondía: en duelo. Sus caras se transformaban rápidamente, un gesto real de incomodidad, unas ganas de reparar algo, de disculparse por haber pisado una herida abierta. Pero era sencillamente lo que estaba ‘siendo’ en mi vida, lo que estaba pasando. A eso venían disculpas, y luego una charla de apertura hacia la muerte. Ésa era mi parte favorita. Porque el desencaje, permite, por esparcimiento de la vibración, reordenar e hilar nuevos pensamientos, neuronas que se accionan y comienzan a elaborar: la muerte está aquí, frente mío; la posibilidad de la pérdida es ella (yo); la tristeza está en este espacio en blanco entre los cuerpos y siempre puede estar.
En el trabajo, me pareció necesario puntualizar que estaba en duelo para darme algo de chance en este capitalismo salvaje, para crear la posibilidad de una pausa, una consideración, una empatía extendida (ventaja de los estereotipos y códigos del luto). Cuando lo dije, en un espacio corporativo, empresarial, anti-séptico, les sonó primero a locura, luego se extendió en un chispazo de compasión (desde todas las orillas religiosas), y por último se convirtió en un reflejo de algo hondo de su ser; un desencajarse de sus yoes y comprender que yo tenía una ausencia a cuestas: requería espacio, compañerismo y algo de vulnerabilidad para procesarlo.
Entonces me agarré de las licencias que da el duelo para hacer algo de tiempo y espacio para mi cuerpo que duela, en una sociedad neo-liberal y capitalista que culpa a cualquiera por no producir a su ritmo.
Cada día me dolía algo diferente y podía pensarlo en el trabajo, también podía elaborarlo de camino a casa, en el bus, en mi bicicleta, en las pausas para un café, en algunos almuerzos con talento humano y esas actividades que hacen para que uno se sienta parte de algo y “acogido” para seguir produciendo.
Lo bueno era que si un día quería hacer mala cara porque sí, había una especie de consenso laboral en no molestarme o justificarme por mi pérdida. Me divertía pensar eso, pero lo hice solo un par de veces. Desde las 10am hasta las 7pm yo era un recordatorio andante de que, como dijo Charly García en ‘Los dinosaurios’, “la persona que amas puede desaparecer”.
Me conmovía todos los días, me reía mucho, lloraba un poquito, disfrutaba contrariar las creencias de los otros y hacerles un corto circuito, al menos por 5 minutos de su matrix laboral. La incomodidad, ser incómoda, ser reflejo de algo no resuelto, no era algo nuevo para mí. Con luto o no, siempre había sido incómoda: por no ser lo suficientemente blanca, por no ser muy superficial ni tan alterna, por no ser tan académica canónica, por no ser tan esotérica astral, etc. Ni muy muy ni tan tan. Sin embargo, el duelo, sus contradicciones, licencias y desventajas, creaban un efecto más contundente (tal vez sumado a los anteriores factores)… de repente la gente lloraba frente a mi pena, otros me contaban su tusa como si yo fuese un recipiente de tristezas insondables, otros recordaban a sus muertos y les daban (por primera vez en años) espacio en su lenguaje, otros me invitaban a un café y los más obtusos me invitaron a follar, creyendo que su sexo me consolaría o a ellos (a estos les dije que sí por placebo y aburrimiento, por beneficio hormonal mas no porque tuvieran razón).
El roce con el otro (en todo sentido)
Levinás decía que el otro siempre me está pidiendo una acción y en nuestra elección radica nuestra ética (que lejos está de ser lo moral con que se le confunde). Simplemente me pide una respuesta. Ignorar, gosthear es ya una respuesta en sí, amar de vuelta, ofrecer un aventón, dar una limosna, noquear a alguien.
Siempre he podido hacer una especie de desdoblamiento y ver una perspectiva más amplia de las cosas. He gozado y sufrido este don durante años, pero en el duelo, se volvió una constante. Vivía yo desencajada, con la posibilidad de husmear por grietas, por arriba y abajo, ver en los intersticios de las relaciones. Podía ver que las personas, al percibir mi duelo, creían que necesitaban decirme o darme algo. Aliviar un dolor que no era suyo porque el reflejo de sus-duelos-no-llorados les producía malestar. Las personas que tenían una respuesta de consideración directa y corporal a mis hormonas eran mis favoritas:
Después de dos meses muy raros sin sexo y experiencias masturbatorias necrofílicas (masturbarse pensando en un muerto), mi dopamina y serotonina pedían a gritos un subidón. Las y los que se ofrecían eran bienvenidos (con cierto filtros). El baile, el perreo, sucio-roce-obsceno-y- delicioso-con-el-otro terminó por convertirse (si antes ya no lo era) en mi actividad favorita. Y aquí es donde viene un movimiento dentro de la grieta, la historia dentro de la historia, dentro del roce: Mi vecino.
(***Un tráiler rápido para el próximo jueves 13 de abril: Mi vecino fue la persona con quién tuve sexo más constante durante este año de duelo, una relación que se mantuvo netamente corporal, con casi nula conexión emocional, 0 preguntas y/o comentarios sobre mi pérdida y un amor desmedido por los gatos.)
Nos leemos pues. Gracias por leer, por ceder al roce de mi palabra.